Alabadle Christian Stores

A Devotional to refresh your day

 

SALMO 30

«Señor mi Dios, te pedí ayuda y me sanaste»

(Salmo 30:2).

Pedimos ayuda cuando estamos en un momento de inmensa necesidad y nos sentimos incapaces de sortear la dificultad por nosotros mismos.

Ante un accidente, una carencia extrema o una emergencia médica, no dudamos en gritar con todas nuestras fuerzas, lanzando un clamor que es poco probable que pase desapercibido, aunque podría ser ignorado por los que nos rodean.

Cuando pasamos por momentos dif íciles, también tendemos a alzar nuestros ojos a Dios, buscando Su ayuda.

Podremos ser creyentes comprometidos, solo domingueros, apartados de la religión por mucho tiempo, quizás agnósticos dubitativos o hasta ateos desafiantes, lo cierto es que acudir a Dios es algo que muchos harán, aun como último recurso, en momentos de dificultad.

Los que buscamos ayuda tratamos de que el ayudador sea, de alguna manera, competente para solucionar nuestra necesidad. Dependiendo de nuestra dificultad, pediremos la presencia de un médico, los bomberos o la policía.

La llegada de una persona calificada para atender nuestra dificultad traerá paz a nuestro corazón porque confiamos que seremos adecuadamente ayudados.El salmista, cuando acude a Dios por ayuda, lo reconoce como «Señor mi Dios».

Al reconocer a Dios como Señor damos testimonio de Su dominio sobre todas las cosas y de Su derecho de propiedad, control y autoridad sobre nuestras vidas.

Nosotros somos sus criaturas, nos conoce por nuestro nombre y conoce por completo nuestra necesidad. Jesucristo nos enseñó que podemos orar al Padre y pedir ayuda en medio de nuestras dificultades porque el «Padre sabe lo que [necesitamos] antes de que [lo pidamos]» (Mat. 6:8).

El Señor no nos atiende con la compasión de un bombero que acude al llamado de una persona desconocida, sino con el amor inconmensurable de un padre que busca sanar la herida de su propio hijo.

El rey David, en este salmo, al decir «mi Dios», afirmaba que gozaba de una relación personal con aquel que está por encima de todas las cosas, el Creador del universo, el Único, santo y glorioso. Tal afirmación podría hacernos sentir que estamos descalificados y que nunca podremos acceder a ese tipo de relación. Sin embargo, nosotros podemos decir «mi Dios» porque el Señor del cielo y la tierra decidió venir en nuestra búsqueda y darnos la relación con Él que, por nuestros propios méritos, no podríamos alcanzar jamás.

Las buenas noticias son que Jesucristo, Dios mismo, se hizo hombre para tomar nuestro lugar, pagar por nuestra liberación, deshacer nuestras desdichas y perdonar para siempre nuestros pecados.

Por eso David, después de decir «mi Dios», declara: «Tú, Señor, me sacaste del sepulcro; me hiciste revivir de entre los muertos» (v. 3).

Podemos estar pasando momentos muy dif íciles, podemos haber perdido las fuerzas y hasta la esperanza, pero si rindes tu vida al Señor y clamas por Su ayuda, podrás decir con el salmista:

«Oye, Señor; compadécete de mí. ¡Sé tú, Señor, mi ayuda!» (v. 10).

Continue
Quick Find
 
Use keywords to find the product you are looking for.
Advanced Search
Languages
Español English
Currencies
0 items
Publishers
alabadle